Gran parte de la población mundial se encuentra ante una situación inédita que ha sido encarada de distintas maneras por diferentes países.
Hay quienes ante los primeros casos confirmados de coronavirus Covid-19, han tomado decisiones radicales. China, en un principio, dispuso la cuarentena de la ciudad de Wuhan que duró 76 días, y sobre la marcha la extendió al resto del país, alcanzando a más de 1400 millones de habitantes. Sumado al hecho de que se determinó salir a buscar al virus, con miles de epidemiólogos que realizaron la labor de campo, buscando todos los contactos de cada nuevo caso diagnosticado. Tres meses después había logrado controlar la pandemia y paulatinamente se volvía a poner el país en marcha.
El Reino Unido, en cambio, actuó de otra manera. Esperó hasta el 23 de marzo para plantearse confinar a la población británica. O sea 52 días después de haberse diagnosticado el primer paciente con Covid-19. Para entonces habían sido contagiados 5700 personas y habían fallecido 289.
Otro ejemplo es la situación de EE.UU., el primer caso diagnosticado fue el 21 de enero, para el 26 de febrero se había hecho poco y nada. Ese día Donald Trump declaró que el nuevo coronavirus “desaparecería como un milagro”. Y fue el 20 de marzo, cuando California ordenó la cuarentena total. Y a la fecha, once de los cincuenta estados de la unión, todavía no la han declarado, pese a tener más de 700.000 contagios y cerca de 40.000 muertos.
Estas diferentes respuestas ante la pandemia, ha repercutido de manera concreta sobre la población mundial. Afectando a las familias que han padecido contagios y muertes. Y también a la mayoría que ha tenido que confinarse.
En esa realidad se encuentran millones de personas que tenían acceso solo a trabajos informales, otros millones que tenían una actividad propia y otros tantos que trabajaban para terceros.
La situación de incertidumbre sobre el futuro, pese a que la población en general ha aprobado el confinamiento, se acompaña de ansiedad, a la que se le suman componentes económicos y sociales, problemas del sueño, estrés mantenido.
Un malestar general que afecta la salud física y mental de la población. Y que tiene mayor incidencia en las familias de bajos recursos, muchos de ellos, viven hacinados en espacios tan pequeños que no tienen ninguna posibilidad de evitar ser contagiados en caso de que algún miembro de la familia presente la enfermedad.
Ese sentimiento de haber sido sobrepasado por las circunstancias tiene también un reto diferente.
Color solidario
Son muchos los ejemplos que no han permitido albergar cierta esperanza. Fue en Nápoles donde comenzó todo un movimiento, a partir de bajar alimentos en canastas por los balcones, para aquellos que necesitaban un plato de comida.
Los bancos de alimentos han incrementado la cantidad de voluntarios. Y han sido miles las personas de riesgo que han conseguido una mano amiga, que los ayudó con la compra de alimentos o medicamentos. Y mucha la población que ha realizado algún tipo de donación para los más necesitados.
Cursos gratuitos por internet, preparadores físicos que nos ayudan a realizar actividad física en el hogar. Miles de voluntarios fabricando y regalando tapabocas; maestros y profesores que se ofrecen para brindar clases sin costo. Libros que se regalan y tantos ejemplos que nos invita a sentirnos parte de un colectivo solidario que nos permite soñar.
Vimos oportuno finalizar haciendo mención a la encomiable labor que realizan los profesionales de la salud desde cada hospital y centro médico del mundo, que se han convertido en trincheras contra la pandemia.
O nos esforzamos para sobrevivir como un todo, con nuestras diferencias y semejanzas, y cuidando y protegiendo el medio ambiente, o tendremos un final patetico para nuestra especie. El COVID-19, es uno más de los virus que aparecerán enla medida que sigamos utilizando al planeta como nuestro basurero y tierra creada para el despojo humano.
Ser solidario, un concepto que he recuperado a partir de esta situación que ha provocado un ser microscopico y que no tiene vida propia.